De mi próximo libro  "La eternidad de las rosas"



¡Ya viene la primavera derivando por las cosas,

vistiéndolas de vida, de brisas nuevas y crecientes ríos.

Por el silencio azul resplandecen virginales espejos

de mares donde se miran lozanas las flores

y duermen los sueños errantes de las mariposas…

¡Es ella, la que esperaban las horas invernales de mi corazón!






De mi libro "Perdí las estrellas"






MADRID

Yo nunca había visto un coche hasta aquel día, que dejamos las blancas tapias del corral y la relumbrante y afilada voz del gallo, que nos despertaba por las mañanas. Llegamos a Madrid. Ahora escuchaba el tráfico, lo podía oír constantemente desde aquel cuarto azul de pigmentos naturales, y mil destellos de detalles, las puertas de nieve recercadas, un suelo limpio, la cama de hierro donde dormía el pasado, con la penumbra de las cortinas cerradas al frío. Mi madre cultivaba el arte del primor. Conescaso material creaba un mundo de ensueño, unos hilos y un trapo y sus manos habilidosas balanceaban dulcemente la aguja y los hilos como olas entraban y salían del mar sedoso de la tela, dibujaba listas y rayas, estampados y perdices, o la gallinita ciega en tejido de damasco. Hebra a hebra, la bobina, el bastidor. La máquina de coser se oía a veces en el benévolo silencio de la hacía una colcha de cuna bordando el cuento de noche, el ritmo intermitente de los pedales, el sonido lejano de los coches, y yo rebulléndome entre las sábanas buscando el sueño.


De mi libro "perdí las estrellas"

La primera vez que vi el mar, salpicado de infancia aún, revolucionó el mundo de mis emociones verle agitándose incontrolable contra las rocas, contradictorio y suave cercano a la orilla, con la fluidez de la danza venía la ola, desbaratándose vencida volvía a su mar, y la claridad de la luz moría en el horizonte. Y yo, a punto de asomar el llanto, abatida porque el tren se alejaba y no me dejaba  verle más. 


El frío que me vela

Poema de mi libro "el frío que me vela"



En los ribazos al sol,
del rebosante peral,
arranco una pera,
y en el borde de la acequia,
lleno mi boca de plenitud
verde bronce.









Fragmento de la "Sabia insinuación de las cosas"


Apenas contaba siete años, el repiquetear del despertador, un lunes o un martes, un 1 o un 15. Un día aislado, impar un día de cálido mercurio, el atolondrado tic-tac no conseguía levantarme, entraba entonces mi madre con una vibrante burbuja de espuma en la mano, tan temblorosa como la suavidad con la que soplaba, así el indolente despertar se despabilaba ovillando el aire con los pies.



En el estremecedor silencio de la madrugada, me desayuné las magdalenas, en el espesor del chocolate, con la parsimonia para comer en el pozo de la desgana. Una biodramina para los mordiscos del mareo. Clareábase el avance del amanecer, un aleteo de luz entraba por la ventana. Mi padre presuroso, carga la reata de bultos en el maletero del taxi. Entramos en el interior del vehículo, el cierre de las puertas, el motor en marcha rasga el silencio rotundo de la madrugada.




De mi libro "perdí las estrellas"


LA RADIO

Las luces se iban apagando. Mamá nos daba un beso y nos remetía la ropa de la cama para que no cogiéramos frío, salía en silencio como una luz fugaz en las sombras del cuarto. Cuando oía la puerta de su habitación cerrarse yo me levantaba con sigilo, y cogía la radio. Buscaba la onda corta, y me conducía sonámbula hasta mi cama, percibía el universo entero, desde el rugido del dial mal sintonizado, aquellas emisoras lejanas eran como estaciones solas, pobladas de estrellas. Cruzaba absorta las invisibles escarchas del receptor cuando captaba las estepas nevadas de Rusia, y por unos instantes yo salía de mi dormitorio y dejaba una huella como una flor de nieve, en la plaza roja de Moscú, con la mejilla aplastada sobre la almohada, conatos de palabras extrañas retiraban mi sueño y advertían que entraba en otros mundos, y el resplandor de las estrellas de Israel, alumbraron mi corazón como las luminarias deSan Juan, cundían la miel y los membrillos; por las sábanas blancas, por los sonidos inconexos que se reemplazaban en la aguja del dial, me tornaba en un ave viajera, volando por el lindero de las ondas hertzianas. El sueño placentero se alistaba en mi lecho con los cantos del Tuareg.Yo era una bailarina volátil que cruzaba el alma del desierto, en un hilo de oro, en una cinta de silencio. 












Llegaba la ahora del descanso, de ver la hora descender levemente, arrancada por el brío de una brisa. La quietud a la orilla de una acequia, en el mojón de un camino o en el respaldo de una albarda. Un potro se acerca próximo a mis ojos, ahora se aleja, entre cardos y abrojos de las mies. Las hormigas corretean por mis manos y entre los terrones resquebrajados de la tierra.



          Los recuerdos permanecen como la vida. En los rincones de la memoria se conservan los detalles cotidianos, la rosa silvestre que se marchita, la canalilla arriba en el pinar, debes callar junto a ella y oír la fluencia despaciosa, goteante, la libélula va viniendo, tanteando, levantándose en el agua.