De mi libro "Perdí las estrellas"






MADRID

Yo nunca había visto un coche hasta aquel día, que dejamos las blancas tapias del corral y la relumbrante y afilada voz del gallo, que nos despertaba por las mañanas. Llegamos a Madrid. Ahora escuchaba el tráfico, lo podía oír constantemente desde aquel cuarto azul de pigmentos naturales, y mil destellos de detalles, las puertas de nieve recercadas, un suelo limpio, la cama de hierro donde dormía el pasado, con la penumbra de las cortinas cerradas al frío. Mi madre cultivaba el arte del primor. Conescaso material creaba un mundo de ensueño, unos hilos y un trapo y sus manos habilidosas balanceaban dulcemente la aguja y los hilos como olas entraban y salían del mar sedoso de la tela, dibujaba listas y rayas, estampados y perdices, o la gallinita ciega en tejido de damasco. Hebra a hebra, la bobina, el bastidor. La máquina de coser se oía a veces en el benévolo silencio de la hacía una colcha de cuna bordando el cuento de noche, el ritmo intermitente de los pedales, el sonido lejano de los coches, y yo rebulléndome entre las sábanas buscando el sueño.


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